Transmisión de energía eléctrica sin cables

Tras los recientes avances en energía inalámbrica recientemente investigadores del MIT han mostrado públicamente como una bombilla de 60 W brillaba a dos metros del enchufe más cercano.

A diferencia de los teléfonos celulares que emiten frecuencias eletromagnéticas de baja potencia o de los microondas que emiten el mismo tipo de ondas pero en alta potencia (esas ondas son las que calientan tus macarrones de la cena); se supone que el uso de frecuencias magnéticas de baja frecuencia no son dañinas o no afectan a las personas y no interfieren con otros elementos aunque estén situados dentro del radio de acción, que hoy por hoy estaría entorno al par de metros o poco más. Sin embargo el tipo de suspicacias que ya hoy despiertan los teléfonos celulares o el propio WiFi puede ser aún mayor para la WiTricity.

Los experimentos de transmisión de energía inalámbrica se iniciaron en el Siglo XIX y durante todos estos años se han ideado y probado diversos métodos con distintos resultados. Uno de los pioneros en este campo fue Nikola Tesla con la construcción a principios del Siglo XX de la torre Wardenclyffe en Nueva York, que disponía de una antena de 60 metros para la emisión de energía, aunque nunca llegó siquiera a probarse por falta de fondos.

Esta novedosa tecnología funciona en base a conceptos conocidos desde hace décadas, creando un campo magnético entre dos “antenas” hechas de bobinas de cobre, una conectada a la fuente de electricidad y otra en el aparato que queremos encender. Por ejemplo, una bombilla de 60 vatios. Esas “antenas” no son otra cosa que “resonadores magnéticos”, que vibran con el campo magnético creado por la electricidad.

Dos objetos situados en la misma frecuencia de resonancia tienden a intercambiar energía de forma bastante eficiente si afectar objetos ajenos a tales frecuencias. En el caso de la “WiTricity”, como la llaman sus creadores en analogía al WiFi, los investigadores se han basado en el fenómeno de la resonancia magnética no radiativa y por tanto con menores pérdidas en la emisión.

Los ingenieros han acoplado dos bobinas de cobre de la misma frecuencia de resonancia magnética. Una de las bobinas (la fuente) crea un campo magnético no radiativo a su alrededor de determinada frecuencia (del orden de MHz). En la otra bobina, de la misma frecuencia de resonancia, se induce una corriente eléctrica debida al campo magnético oscilante creado por la primera: si se tratase de inducción “normal”, no tendría suficiente potencia para hacer funcionar nada a una distancia de dos metros, pero la resonancia hace que la segunda corriente sea suficientemente grande como para encender una bombilla.

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