Antier apareciste... Hoy todo es confusión

Nuestra trágica amistad, en extremo lamentable, ha terminado para mí de un modo funesto, y para ti con escándalo público. Empero, el recuerdo de nuestra antigua amistad me abandona raramente, y siento honda tristeza al pensar que mi corazón, antes henchido de amor, está ya para siempre lleno de maldiciones, amargura y desprecio.

¿Es tu voluntad que yo crezca y decline? Trueca mi paño de oro por la gris estameña y teje a tu antojo esa tela de angustia cuya hebra más brillante es día malgastado.

¿Es tu voluntad -Amor que tanto amo- que la Casa de mi Alma sea lugar atormentado donde deban morar, cual malvados amantes, la llama inextinguible y el gusano inmortal?

Si tal es tu voluntad la he de sobrellevar y venderé ambición en el mercado, y dejaré que el gris fracaso sea mi pelaje y que en mi corazón cave el dolor su tumba.

Tal vez sea mejor así -al menos no hice de mi corazón algo de piedra, ni privé a mi juventud de su pródigo festín, Amor, no te culpo; la culpa fue mía, no hubiera yo sido de arcilla común habría escalado alturas más altas aún no alcanzadas, visto aire más lleno, y día más pleno.

Desde mi locura de pasión gastada habría tañido más clara canción, encendido luz más luminosa, libertad más libre, luchado con malas cabezas de hidra.

(...)

Y en primavera, cuando flor de manzano acaricia un pecho bruñido de paloma, dos jóvenes amantes yaciendo en la huerta habrían leído nuestra historia de amor.

Habrían leído la leyenda de mi pasión, conocido el amargo secreto de mi corazón, habrían besado igual que nosotros, sin estar destinados por siempre a separarse.

Pues la roja flor de nuestra vida es roída por el gusano de la verdad y ninguna mano puede recoger los restos caídos: pétalos de rosa juventud.

Sin embargo, no lamento haberte amado -¡ah, qué más podía hacer un muchacho, cuando el diente del tiempo devora y los silenciosos años persiguen!

Sin timón, vamos a la deriva en la tempestad y cuando la tormenta de juventud ha pasado, sin lira, sin laúd ni coro, la Muerte, el piloto silencioso, arriba al fin.

(...)

¡Ah!, qué más debía hacer sino amarte; aúnla madre de Dios me era menos querida, y menos querida la elevación citérea desde el mar como un lirio argénteo.

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